El atractivo nostálgico de 'desconectarse' no es solo un agotamiento; es nuestro espíritu rebelándose contra la oscura maquinaria de la adicción, la vigilancia y el control que ha consumido el internet corporativo. Este instinto surge de nuestra naturaleza más profunda, que nos moldeó para el honor, no para la servidumbre; para el dominio, no para la sumisión. No hay escape de lo que el internet se ha convertido. Si vamos a vivir como se supone que debemos, debemos crear nuevos sistemas que consagren la dignidad humana más allá de toda influencia corruptora.